Tenía tiempo jugando con las piedrecillas que las olas arrojan, las tiraba al mar, se las colocaba en los bolsillos las observaba y luego si no le agradaban las lanzaba otra vez
Observaba los pájaros y su extraña forma de andar siempre con algún compañero o más
los aborrecía, sobre todo esos que llegaban a la orilla picoteando la arena en búsqueda de no se qué o que se yo!
Cada tarde de sol se presentaba a la misma hora sobre la misma roca, hasta que caía la noche y el frío penetraba los cuerpos.
Una tarde de febrero en la misma playa se presentó un extraño señor, su cabello no tenía forma y el viento contribuía para peinar...
Fueron varias las tardes que se sentó en la roca cercana pero ella no tenía curiosidad en mostrarle sus rocas, él tenía las suyas, y ambos no pensaban mezclar alguna...
llegó un día en que sin quererlo tuvo que cruzar palabra, una de sus rocas se había extraviado, y las de él parecían más atractivas, solo por esa vez...
Pasó el tiempo y los pájaros con compañía no parecían tan terribles, y las rocas ya no las devolvía al mar, las hizo suyas, y propias...
Una mañana el peso era demasiado, las suyas, las de él, las de ambos, y no tenía sentido seguir cargando...
Quería las propias, quería que los pájaros le aborrecieran, quería que la arena dejara de estar caliente, quería sentir el frío una vez más....
Pero algo pasaba, y no lograba retroceder, Abrió los ojos, se estaba hundiendo, la corriente la llevaba y ella sólo quería sus rocas.-
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